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¡Gracias, Sor Julita! ¡Gracias, abuela!

Cierta vez escuché que la gente buena no descansaba en paz, sino que desde la Paz seguía cuidando.

Así que, así quiero empezar, sin que suene autoritario, puesto que frente a ella yo ni fui, ni soy, ni seré nada… porque no le llegaría ni a la altura de los zapatos, pero… ¡Sor Julita, no descanses en paz, sino, desde la Paz del Señor, sigue cuidándonos!

Difícil es pensar o querer recordar cuál sería el momento de nuestra primera mirada, o las primeras palabras que cruzamos, o simplemente, la canción que cantaríamos mientras ambos, en la portería del colegio, esperábamos a que los profesores terminaran sus largas tardes de martes.

Lo que sí sé es que desde hace veintidós años, Sor Julita ha sido para mí alguien, no importante, sino especial.

Dice Pedro Capó en una de sus canciones que la gente buena no se entierra, se siembra. Algo así también dijo Jesús en su evangelio refiriéndose al grano de trigo, por eso esta despedida no ha podido ser un momento de pena, aunque sí de añoranza, sino más bien un tiempo para agradecer tanto como esta mujer, tan pequeña y tan grande a la vez, hizo por mí y por otros tantos que sé que comparten mi misma opinión.

El primer abrazo de por la mañana, la primera sonrisa, uno de los besos más sinceros, la cura para la pupita que te hicieras en el recreo, o la tranquilidad de saber que pasara lo que pasara

ella estaba ahí, sentada, con todo preparado para lo mínimo que ocurriese. Pero sentada no significaba quieta, entre risa y risa, te enseñaba lo que era vivir, y vivir amando al Amor más sincero, a Aquel de quien siempre demostró estar plenamente enamorada y Aquel a quien se sentía totalmente agradecida por haberla llamado a ser Hija de la Caridad.

Sonriendo, y en sus historias de la Casa Cuna entre otros destinos, grababa en lo más hondo de quien la escuchara la plenitud que siente una vida que se entrega, como la de María, mujer que tenía como modelo y a quien enseñó a querer de una manera incondicional.

Es por eso, que hablar de Sor Julita, es hablar de amor: un amor hecho carne en un abrazo, en una sonrisa, en una mirada expresiva, en un silencio callado pero que gritaba cariño, en una medallita, en un caramelo, o en el beso, ese típico apretado de abuela, que te hacía sentir en casa.

Gracias, Sor Julita, por tanto…

Te quiero.

¡Hasta el cielo!

Manuel Galán Mateos

 

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