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‘¿Por quién doblan las campanas en Avellanosa?’

El tañido de las campanas de Avellanosa del Páramo se eleva hasta el cielo entre triste y orgulloso para conmemorar el paso a mejor vida de una hija de esta pequeña localidad burgalesa: Sor Felícitas Peña Marcos, que falleció recientemente. El silencio apesadumbrado que acompaña a este repicar se mezcla con la alegría de haber ofrecido al mundo una mujer,  Hija de la Caridad cuyo testimonio muestra un ejemplo insuperable de entrega a los demás, especialmente a los más pobres y a las mentes más moldeables.

Esta sociedad que nos toca vivir está, ciertamente, necesitada de ejemplos que generosa y desinteresadamente entreguen su vida para servir a los demás. La herencia intangible de esta Hermana quedará grabada para siempre en hombres y mujeres de buena voluntad con vocación de entrega al servicio de sus semejantes y ejemplo del supremo esfuerzo para ser testimonio vivo de los valores más sublimes a los que puede servir un ser humano.

Incorporada en su adolescencia a la Compañía de las Hijas de la Caridad, Sor Felícitas se enamoró profundamente de su ídolo y maestro favorito, Jesús de Nazaret. Y como acompañante de este enamoramiento se fijó en Vicente de Paúl, santo con el que compartió el convencimiento de que ‘los pobres son nuestros señores y maestros, maestros de vida y de pensamiento’. Desde el primer momento, vivió, sin evadirse del rigor de la obediencia ni de la entrega a la misión de servicio que le fue encomendada.

Sor Felícitas constituye, sin duda, un ejemplo de educador totalmente entregado al desarrollo y la formación de sus alumnos y alumnas, allá donde la obediencia tuvo a bien colocarla. Su huella quedó impresa en el Colegio de La Milagrosa en la ciudad canaria de La Orotava. Aquí compaginó su docencia con su propia formación en la Universidad de La Laguna, donde logró obtener brillantemente su licenciatura en Filología Hispánica. Con la alegría de la que siempre hizo alarde (sin duda haciendo honor a su propio nombre) y sin oponer resistencia a la decisión de sus superiores, pasa a desempeñar su función educadora en Sevilla, de donde se traslada a Algeciras, en la provincia de Cádiz.

Además de su ejemplaridad como Hija de la Caridad, profundamente entregada a los más necesitados y a las mentes más maleables, Sor Felícitas ha destacado como educadora ejemplar. El testimonio más contundente lo han dado sus propios alumnos y alumnas, que le han manifestado públicamente su reconocimiento y admiración. La máxima preocupación de ‘Sor Feli’ fue iluminar las mentes jóvenes, impulsándolas siempre a la búsqueda de la verdad, al fortalecimiento de su propia voluntad, al despertar de sus potencialidades, al permanente desarrollo de su responsabilidad y a su continua formación. Su liderazgo carismático ha sido, sin duda, debido a su actitud siempre positiva hacia todos los demás, a sus buenas maneras, a su entusiasmo y su cordialidad con toda persona.

Junto a tal actitud fundamental, es de destacar en Sor Felicítas el inquebrantable afecto y consideración a los propios alumnos y alumnas, a sus padres, a sus compañeros y superiores, y a cuantos pudieron acudir a ella. Siempre procuró que las personas en su entorno fueran felices, al menos en la medida en que ella contribuía a dicha situación y sentimiento. En los momentos más dolorosos de su enfermedad mostró siempre un inmenso afecto a quienes la cuidaron y atendieron, especialmente a las Hermanas, que con tanta dedicación y cariño la trataron. Nunca salió de sus labios la menor queja o expresión de malestar, a pesar del indudable deterioro de su salud y del dolor físico que, sin duda, se asentó en su propio cuerpo en la última fase de su vida.

Los muros de la iglesia de Avellanosa conservan, sin duda, la voz bien timbrada de Sor Felícitas, cuando disfrutaba de un breve permiso en su pueblo natal. 

Su vocación de educadora, especialmente preocupada por el desarrollo de la formación estética de sus alumnos y alumnas, la llevó a cultivar como elemento básico de formación la cultura musical. Esta preocupación, junto a su voz emisora de suaves melodías, especialmente las de tipo religioso, invitaba, a quienes compartían con ella plegarias y canciones populares, a escuchar su voz atractiva y a acompañar conmovidas e ilusionadas las melodías que entonaba, humildemente aunque siempre con el impacto de quien induce a acompañar su voz armoniosa y atractiva.

Fueron sus superiores quienes pronto percibieron la fuerte vocación educadora de Sor Felícitas y el gran potencial que su actividad docente encerraba para la formación de las futuras generaciones. Por todo ello, y por su firme voluntad de ser fiel al compromiso solemne que hizo ya desde muy joven de someterse a la obediencia sin reservas de sus superioras y a la voluntad suprema de su Dios y Señor, entregó su vida entera a la formación de muchachos y muchachas. Convencida del enorme poder de la educación para desarrollar las indudables capacidades de toda persona, se entregó con ilusión, inteligencia y amor a todos sus alumnos y alumnas, a quienes transmitió siempre la seguridad de que, con esfuerzo, adecuada metodología y una buena orientación educativa, cualquier estudiante puede mejorar su rendimiento y alcanzar elevadas cotas de desarrollo.

Los últimos años de su vida fueron de especial dificultad: en esta etapa perdió progresivamente las más elementales capacidades de comunicación y supervivencia. Cierto que las Hermanas de su comunidad  la atendieron con el profundo cariño e inagotable solicitud de quien cuida de una vida preciosa, a pesar de las graves limitaciones físicas del final de su vida en este mundo. Pero nunca Sor Felícitas pronunció la más leve queja ni manifestación alguna del sufrimiento a que se vio sometida. Con profunda paciencia suportó el deterioro de sus capacidades vitales y el dolor que sufrió en su cuerpo hasta los últimos instantes de su vida. Con el fervor y la total entrega que prometió en su juventud de servir incondicionalmente a sus semejantes y a su Señor, esta Hermana ejemplar se entregó permanentemente a Él en una plegaria sumisa y confiada, con la total seguridad de ser acogida en una nueva vida, desde la cual seguirá tutelando a sus discípulos y discípulas, a sus Hermanas, a sus familiares, a los vecinos de su pueblo de Avellanosa del Páramo, del que siempre se sintió orgullosa, y a esta hoy afligida España nuestra a la que tanto amó.

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