Una gran bienvenida por la alegría de muchos reencuentros, que para otros será un primer encuentro. Emoción de un fin de semana llevado de la mano de personas implicadas en el movimiento y las incógnitas que a todos los asistentes nos rondaban: ¿Qué nos deparará Dios? ¿Sobre qué aprenderemos?… De esta manera daba comienzo el viernes, 21 de febrero del curso 24/25, el Encuentro de Asesores en Regina Mundi (Granada).
La oración de la noche del viernes marcaba el hilo conductor del fin de semana, somos sembradores donde la tierra es incierta, pero aun así, no debemos cesar en la siembra para que Dios obre el Milagro del fruto.
Romanos 8,28: “Que todo sea para bien.”
De esta manera dábamos comienzo a la formación de asesores. Óscar fue el artífice de las preguntas internas de cada uno, “No estás viviendo tu Fe si tienes respuestas y no dudas”.
Juventudes Marianas Vicencianas debe ser un espacio de discernimiento, de descubrirse, un lugar donde las disyuntivas cobren sentido y, como no podía ser de otra manera, guiados por Él, siempre desde el amor, primero hacia uno mismo, segundo, hacia la Asociación y tercero hacia los que van dirigidos nuestros actos. Y ante todo esto, ¿por qué yo? ¿Para qué? ¿Para quién yo? ¿Cómo es nuestra sociedad? ¿Qué rasgos debe tener un joven de JMV?
Como cierre de la formación del sábado hicimos kintsugi, un arte japonés que trata de reparar los objetos que se rompen, pegando sus propias piezas con oro, y como consecuencia, este objeto, aumenta su valor. De igual manera, nos tenemos que presentar nosotros ante la vida, siendo más valiosos cuando superamos las dificultades. El broche de oro se dio con el concierto-oración de Shemá, invitándonos a abrir la puerta a lo que Dios nos proponga.
El domingo retomó el hilo conductor de la formación, ayudándonos a descubrir o a localizar el tipo de personalidad que tenemos, y a entender qué personalidad tienen las personas que contribuyen, al igual que nosotros, a trabajar por el Reino, esto ayuda al entendimiento y facilita el trabajo conjunto.
Por último, no hay mejor despedida que la de saber que nos volveremos a encontrar, sembrando o regando la tierra, trabajando por el Reino y por uno mismo y siempre acompañados y orientados por el sembrador con mayúsculas.