Izar las velas revela un ritual sagrado, una entrega silenciosa al viento invisible que gobierna los mares y los destinos. Es un gesto de confianza, el navegante se rinde, consciente de que no controla el rumbo, sino que confía en el soplo divino que, suave o fuerte, lo guiará allá donde tenga que estar. Cada vela izada es una oración al viento, una declaración de fe, y en ese acto dejamos que el espíritu, con su aliento misterioso, sea quien lleve el barco.
Y una vez más, Sor Rocío y Sor Inmaculada vuelven a izar las velas dejándose llevar por el soplo divino. Y lo celebramos con ellas en una Eucaristía preparada con mimo, donde se las veía, lejos de la incertidumbre que a veces te provocan los cambios, siempre con una sonrisa.
Agradecemos su trabajo constante, sencillo y muchas veces invisible que hizo funcionar los engranajes de esta Casa. También a Sor Antonia, por su confianza en los planes de Dios, echar el ancla para cuidar del barco igualmente es ponerse en manos del espíritu.
Equipo de pastoral.