¿Habrá un hueco para la esperanza?

¿Habrá un hueco para la esperanza?

Basta mirar el panorama social, económico o político para dejarse llevar lentamente por el desánimo. Y es que la cosa no es para menos. Vivimos el despertar de un sueño invadido por un progreso ilimitado y un mundo ideal, donde vemos un rosario de acontecimientos que nos muestran otra cara muy diferente. El cotidiano repetir de noticias marcadas por desastres naturales, conflictos nuevos y viejos, la desigualdad cada vez más profunda, la desolación y el dolor en sus múltiples formas dejan un panorama poco alentador. Es cierto que siempre hubo conflictos y problemas, pero esta sociedad hipercomunicada nos muestra al instante y nos hace casi testigos presenciales de pandemias, guerras, conflictos armados y demás desgracias.

Y en medio de este panorama, comenzamos la cuaresma. Este tiempo preparado, casi mimado por la Iglesia para poder prepararnos para el acontecimiento más importante del cristianismo. Cuarenta días para poder pensar qué hacemos, cómo lo hacemos y, lo principal, por quién hacemos ese cambio, esa metanoia que nos propone la liturgia en sus oraciones y lecturas.

Caben, al menos dos posturas extremas. En principio, dejarnos llevar por los agoreros y falsos profetas que son capaces de vislumbrar un futuro aún más negro. Verdaderos gestores del miedo, nos recuerda que cada vez las cosas van peor. Que estamos abocados al apocalipsis y al fin de la civilización. Señalan, sin tapujos, que la concatenación de las crisis llevará consigo el apagón final. Esta visión pesimista del mundo nos aleja de quienes, como cristianos y vicencianos nos reclaman, también y sobre todo en este tiempo de cuaresma, una respuesta evangélica y cercana. Es la tentación de dejar pasar el tiempo; arroparse con la manta y dejar que pase el temporal, rezando para que a mí no me toque, ni me roce. Quizá deseando que pasen los malos tiempos para recuperar nuestra añorada rutina.

Frente a este estado de tensión, se nos invita a compartir lo que somos y tenemos desde la esperanza, siempre firme y consciente de que el futuro se escribe con P de Pascua y con V de vida. Porque no podemos quedarnos anclados en una histeria absurda que nos impida “dar razón de nuestra esperanza”. Debemos seguir remando contracorriente frente a este mundo que necesita la presencia viva y vivificadora de Cristo resucitado y cristianos implicados.

Otra de las posturas extremas, opuesta al pesimismo, es el optimismo sin base. Quizá auspiciado por las teorías de los gurús de la autoayuda o de los portavoces del “tú lo puedes todo”, podemos caer en la tentación de creer que somos capaces de vencer todos los inconvenientes y dificultades que van apareciendo en nuestro quehacer diario. Este falso optimismo aleja la posibilidad de la intervención salvadora de todo un Dios que ha querido ser hombre, mancharse con nuestro barro, llorar en nuestros duelos y clavar en la cruz todo el dolor del mundo para poderlo llenar de sentido en la resurrección.

Siguiendo este razonamiento de un optimismo falseado, caeremos en la tentación de creer que somos nuestros propios salvadores. Que poseemos los recursos necesarios para poder afrontar los dolores e incertidumbres que hacen zozobrar la barca de nuestra existencia. Seremos nuestros propios héroes.

En esta situación, propongo la esperanza en este tiempo de Cuaresma. La esperanza nos abre al futuro. No nos deja enterrados en nuestro presente como único lugar de salvación. Jesús apuesta por la vida, y la vida es futuro. Será en el mañana, en el tercer día, donde podamos encontrar cada una de las respuestas a nuestras preguntas, carentes de sentido en un pesimismo continuo o en un oportuno optimismo. En la esperanza nos espera Jesús con los brazos abiertos, dispuestos a llenarnos con su amor y misericordia. Preparado para llenar de sentido cada uno de nuestros vacíos. Interesado en cada uno de nuestros desvelos para iluminarlos con la luz de su presencia.

Cuaresma es tiempo de esperanza. El tiempo donde poder profundizar nuestra fe: “Sé de quién me he fiado”. Es tiempo de formación, una formación que nos permita vivir con coherencia ese sí dado en el bautismo y que exige nuestro compromiso evangélico. Es tiempo de esperanza vivida en la oración, confiando en que los planes de Dios siempre serán más interesantes que los nuestros. Es tiempo de compartir la vida con los más pequeños, los más pobres, pues seguimos siendo su única esperanza. Ellos esperan que nuestras voces no se callen y que nuestras manos hablen, para gritar justicia y solidaridad. Es tiempo de dejar a un lado falsas esperas que solo nos desesperan, para poder acoger la esperanza de que todo irá bien, si confiamos nuestras vidas en Aquél que es la vida.

Cuaresma sabe a primavera, a vida que está latente y que brotará en cada uno de los pequeños gestos que realicemos durante este tiempo. Caminemos con esperanza, sin rupturas y con la confianza de saber que Dios está de nuestro lado. Dejemos que el Buen Dios vaya trabajando en nosotros y transforme el pesimismo y el falso optimismo en una vereda de Esperanza. El cambio está ahí, no lo dudes.

¿Habrá un hueco para la esperanza? Seguro.

Feliz Cambio, Feliz Cuaresma

Luis Ángel Valdivielso

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