Manuel Galán Mateos

Decía Calderón de la Barca, en uno de sus más célebres poemas, “que la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Eran muchos los años que este sueño llevaba fraguándose en casa y nunca era el momento de que se hiciese realidad. Pero las cosas ya sabemos que no salen cuando se buscan, sino cuando Dios quiere. Y Él lo puso todo de su parte para que este año, ese sueño, fuese una realidad.

Fueron meses de cartas, mensajes, llamadas, preparativos, maletas, despedidas… hasta que llegó el 8 de julio, y con él, comenzaba todo.

Cuando empezaban a sonar los motores del avión en Málaga todos teníamos esa sensación doble de alegría y nervios. Siempre hay temor por caminar sobre lo desconocido, adentrarse en nuevas aventuras y aceptar los retos y riesgos que la misma suponga. Aunque nada era capaz de quitarnos esas ganas de vivir esta experiencia misionera y la ilusión de llegar a Mauritania.

Si ha habido algo providencial en este tiempo han sido los Evangelios que han acompañado la liturgia de estos domingos. Si me lo permitís, me voy a basar en ellos para contaros todo lo que aquí hemos vivido, compartido y disfrutado.

Decía Calderón de la Barca, en uno de sus más célebres poemas, “que la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Eran muchos los años que este sueño llevaba fraguándose en casa y nunca era el momento de que se hiciese realidad. Pero las cosas ya sabemos que no salen cuando se buscan, sino cuando Dios quiere. Y Él lo puso todo de su parte para que este año, ese sueño, fuese una realidad.

Fueron meses de cartas, mensajes, llamadas, preparativos, maletas, despedidas… hasta que llegó el 8 de julio, y con él, comenzaba todo.

«En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.»
Mc 6,7-9

Todo cambia la perspectiva cuando nos sabemos enviados por el Señor. No sabíamos qué íbamos a hacer, qué íbamos a encontrar, en qué condiciones viviríamos. Pero teníamos la certeza más segura: Él era nuestro guía, Él era nuestro centro, Él era nuestra meta.

Y sí, hoy, cerrando estos días aquí, podemos decir que ha sido un regalo de Dios para nosotros. Veníamos cargados de cosas: máquinas de coser, juguetes, material escolar, material de oficina, algún que otro aparato tecnológico, pelotas, chucherías… Todo para ellos.

Pero nosotros, menos mal que hicimos caso del Maestro, y vinimos con poco. Casi con lo puesto. No nos imaginábamos que hoy las maletas pesarían más que cuando veníamos. Vamos hasta arriba de tanto, que hoy podemos cantar con el salmista: “¿Cómo pagar al Señor tanto bien como nos ha hecho?”.

Hemos tenido experiencias de disfrutar, de reírnos y de pasarlo en grande. Todo es bonito cuando las vidas se entrelazan y se ponen al mismo ritmo.

Llevamos en las maletas a los cientos de niños y niñas que hemos conocido, con los que hemos compartido, con los que hemos aprendido y a quienes, en la medida de lo posible, hemos enseñado a hacer algo. Hoy, en nosotros, se hace vida aquello que decía San Vicente: “Ellos son nuestros amos y señores, nuestros maestros”.

Quizás había veces que parecía que estábamos dando poco, que nuestro trabajo era muy pequeñito para lo que podríamos hacer, o para lo que pensamos que es el celo misionero. Pero bastaba una sonrisa para saber que sí, que estabas haciendo lo que tenías que hacer. No hacía falta más.

Llevamos también a todos los que nos han ayudado a hacer mucho más fácil esta experiencia. Sinceramente, querría poner aquí los nombres de todos ellos, pero es casi imposible. Profesores, monitores, conductores, amigos, familias…

Una red hecha para facilitar, para mejorar, para sanar, para ser Misión.

Y, ¿nuestro mayor sustento? El sentirnos Comunidad. La Iglesia aquí late, vive y respira. Vamos cargados de Dios porque nos lo han sabido transmitir y porque lo hemos podido encontrar en cada esquina. Un pequeño grupo de cristianos, una Iglesia pequeñita pero fuerte, arraigada en Cristo y feliz de vivir el Evangelio. Valiente, porque aquí hay que serlo, pero alegre. Hemos descubierto que hay otra Iglesia fuera de las nuestras. Que es posible hacer y crear comunidad, vivir juntos, compartir juntos, celebrar juntos.

Aquí los que comulgan de un mismo pan se saben familia, empezando por ‘las más altas jerarquías’ y terminando por los más pequeños.

Queremos agradecer el cariño, el cuidado y el trato de los Obispos, Víctor y Martín, y de cada uno de los sacerdotes y religiosas que hemos conocido. Su sencillez, su humildad y su cercanía nos han ayudado a sentirnos más en casa. Y a saber que nosotros, por este pequeño espacio de tiempo, hemos sido su familia, su comunidad y parte de su hogar.

Esto lo echaremos de menos, pero también nos motiva a tener el sueño y la inquietud para construir una Iglesia que viva y se divierta, celebre y comparta al ritmo del Corazón de Jesús. De nuevo, en esto, “ellos son nuestros maestros…”.

Y dejo para lo último lo más importante, al menos para mí. Llevamos en la maleta a la Comunidad de Hermanas que nos han ayudado, acompañado, acogido y cuidado estos días. Y digo bien… CUIDADO. Cada uno de ellas, Sor María, Sor Fabiola y Sor Minh nos han dado lo mejor que han podido y tenido en cada momento.

Hay veces que el cansancio se hacía pesado, el calor apretaba, los ánimos se bajaban y el cuerpo -y también la mente- no podía más. Tenerlas a ellas, para poder compartir, hablar, rezar o, simplemente, jugar un poco y reírnos, ha sido una fuente incalculable de energía en estos días.

Hemos tenido situaciones dolorosas de conocer realidades fuertes. Hemos podido palpar la miseria por todas las calles de la ciudad. Hemos visto la vida compartida entre ruinas y basura. Hemos visto hambre y sed. Hemos visto mendigos por cada esquina: lisiados, ciegos, madres con bebés, ancianos, pidiendo entre los coches. Hemos conocido barrios donde miles de personas vivían entre animales, durmiendo en chabolas de lata, madera y trapos, en condiciones paupérrimas, y sin derechos.

Y, entre ellos, hemos visto a mujeres valientes que, de verdad, entregan su vida al servicio de Cristo en los pobres. Haciéndose una más entre ellos. Compartiendo las mismas alegrías y las mismas penas. Trabajando, de un lado para el otro, para poder estar y llegar a todo lo posible, a todo lo necesario, a todo lo sufrido.

Lo compartíamos muchas veces entre nosotros. Venir aquí y ver lo que hacen, cómo viven y cómo arriesgan nos ha hecho sentirnos orgullosos de ser parte de la Familia.

Y ellas han sido las que también nos han acompañado y ayudado a conocer estas realidades, y poder poner un poco de nuestra parte. En Comunidad hemos disfrutado, hablado de todo, hemos compartido experiencias, contado historias y charlado muchísimo.

En Comunidad hemos rezado. Cada día, junto a ellas, era un momento precioso el poder ponerte ante el Sagrario, junto a la Milagrosa, en la pequeña capillita de la casa, y orar con los salmos, con la Liturgia de las Horas, poner en manos del Señor el día que estábamos viviendo, lo que haríamos al día siguiente, los nombres y rostros de aquellos que habíamos conocido y recargar fuerzas. Y, sobre todo, ponerlo a Él como protagonista principal de todo, como decía San Vicente a los Misioneros, porque Él es el centro de la Misión.

«En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco».
Mc 6,30-31
Ya ha llegado el momento de cerrar maletas, hacer limpieza, ultimar detalles y prepararnos para volver a casa, porque sí, toca descansar. Pero, sobre todo, rumiar muy bien cada momento vivido.

Sí, la Misión cambia y transforma vidas. Pero pocos saben que hay más cambio en quien viene que en quien acoge. Nos hemos sentido como aquellos que, sentados en medio de la pradera, veían cómo el pan se multiplicaba para saciarlos. Ellos nos han alimentado muchísimo, aun teniendo poco para hacerlo. Pero así son los milagros.

A todos los que nos han acompañado con la oración, a todos los que nos hemos encontrado en este camino, a las Hermanas de esta Comunidad, ya especial para nosotros, a la Provincia de España Sur de las Hijas de la Caridad que nos facilitó todos los medios para cumplir esta Misión, y a Dios, que nos hizo soñar con esto y ahora nos ha regalado vivirlo… ¡Gracias! Junto a todos vosotros cantamos, con el salmista, «el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres».

Porque sí, ya lo decía Calderón de la Barca… “y los sueños, vida son”. ¿O así no era?

Manuel Galán Mateos

Accesibilidad
Scroll al inicio