Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.» (Mc 14,22)
Celebramos un día muy especial, el día del Corpus Christi. En esta ocasión no es una imagen la que sacamos a las plazas y que recorre nuestras calles, es el mismo Jesús en el pan eucarístico el que sale a nuestro encuentro, al de todos, creyentes y no creyentes, pero especialmente a aquellos que le veneramos y lo reconocemos vivo y presente bajo la forma de pan, y también en el hermano necesitado.
La fiesta del Corpus Cristi es una fiesta para todos, en la que nos invita a vivir con alegría esta jornada, para muchos de nosotros con fe profunda y con un recuerdo agradecido a nuestros antepasados por este legado que hemos de conservar y perpetuar en el tiempo. Es una fiesta que está llena de tradiciones y que debemos mantener todos con una misma intención, con un mismo objetivo, y trabajando en unidad.
El motivo principal de esta fiesta es nuestro Señor Jesucristo, por Él y para ÉL se realizan los tapices y alfombras que adornan muchas plazas y calles a lo largo de toda la geografía.
Así comienza todo, con un alimento tan sencillo como el pan, alimento que se encuentra en todas las mesas y en todos los acontecimientos, y es ahí uno de los lugares donde Jesús se quiere quedar con nosotros.
En la oración que Jesús les enseñó a los apóstoles decimos “danos hoy nuestro pan de cada día”. ¡Qué fantástico que luego Él mismo ha querido estar presente en este alimento! El alimento de por sí de los pobres, donde también está presente Él mismo.
Cuando presentamos el pan y el vino, ofrecemos toda nuestra vida, nuestros dones, lo que somos y lo que tenemos, los éxitos y los fracasos. Hoy también al mirar a Jesús en la custodia le ofrecemos todo lo que somos y lo que tenemos. Elevamos hacia Él nuestras peticiones por los más cercanos, y, por supuesto, por los más alejados físicamente, pero que también están en nuestro corazón.
Cada domingo o cada día que nos acercamos a recibirlo en la Eucaristía lo hacemos con un corazón dispuesto a seguirle como discípulo, a amarle en el prójimo y a ser para Él instrumento que llegue a todos.
La palabra Eucaristía significa eso, “acción de gracias. Es una fiesta para agradecer, pues con más razón si Jesús Eucaristía sale a nuestras calles. Es momento para agradecerle a Dios sus dones, los talentos depositados en cada uno, las gracias recibidas, el perdón derramado, la amistad entregada, las palabras oportunas, el abrazo necesitado…¡Tantas cosas!
En cada zona, región, pueblo, tenemos una manera de agradecer, de ser agradecidos. Cuando estamos desbordados por la bondad derramada en nosotros, todo se nos hace poco para agradecer y lo hacemos con lo mejor que tenemos: flores, incienso, cantos, arte, tiempo…
El Papa Francisco nos decía en el Corpus del año pasado, algunas formas de dar las gracias: “no desperdiciando las cosas y los talentos que el Señor nos ha dado. Pero también perdonando y levantando al que se equivoca y cae por debilidad o por error; porque todo es don y nada se puede perder, porque nadie puede quedarse tirado, y todos deben tener la posibilidad de volver a levantarse y retomar el camino. Nosotros podemos hacer esto en la vida cotidiana, haciendo nuestro trabajo con amor, con precisión, con cuidado, como un don y una misión. Y siempre ayudar a quien ha caído, una vez sólo en la vida se puede mirar a una persona de arriba a abajo, para ayudarla a levantarse. Esta es nuestra misión”.
Para dar gracias, ciertamente podríamos agregar otras tantas cosas. Son actitudes “eucarísticas” importantes, porque nos enseñan a comprender el valor de lo que hacemos, de lo que ofrecemos.
Tampoco podemos olvidar que este día es el día de la Caridad, del Amor Fraterno. Y esta presencia suya nos invita también a nosotros a hacernos próximos a nuestros hermanos allí donde el amor nos llama. Nos recuerda que la Eucaristía es ante todo un don, porque Jesús toma el pan, no para consumirlo solo, sino para partirlo y darlo a los discípulos.
Pan que se parte y se comparte, que se da. Jesús realiza, en el pan partido y en el cáliz ofrecido a los discípulos, es Él mismo quien se entrega por toda la humanidad y se ofrece por la vida del mundo.
El famoso dicho de San Vicente, «el amor es inventivo hasta el infinito», fue su manera de explicar la Eucaristía a un hermano moribundo. (SVP ES XI/3, 65-66; Conferencia 21)
Seamos nosotros también ese pan partido para los demás allí donde estemos.
Me gustaría terminar con una oración que Santa Luisa escribió para recitarla antes de acercarse a la Sagrada Comunión.
Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, ven a purificar y embellecer mi alma para que sea agradable a mi Salvador y que yo pueda recibirle para gloria suya y mi salvación. Con todo mi corazón te deseo ¡oh Pan de los Ángeles!, no mires mi indignidad que me aleja de ti, sino tu Amor que tantas veces me ha invitado a acercarme. Te ruego que te des todo a mí, ¡Oh Dios mío! y que tu preciosísimo Cuerpo, tu Alma santa y tu gloriosa Divinidad a quien adoro en este Santísimo Sacramento, tomen entera posesión de mi misma.
¡Oh dulce Jesús, oh buen Jesús, mi Dios y mi Todo! Ten piedad de todas las almas rescatadas con tu preciosísima Sangre, hiérelas fuertemente con un dardo de tu Amor para tornarlas agradecidas al Amor que te ha hecho darte a nosotros en este Santísimo Sacramento, por el cual te ofrezco la gloria que tienes desde toda la eternidad en ti mismo, todas las gracias de que has colmado a la Santísima Virgen y a los Santos y la gloria que ellos te tributarán eternamente por ese mismo Amor.
(Pensamientos de Santa Luisa de Marillac, p. 827).
¡Feliz Corpus Christi!
Sor Amparo Hdez