Para cualquier persona en nuestro mundo, cada vez que hablamos del amor, necesitamos que sea un amor verdadero: que toque el corazón, que se entregue de verdad y que anime a vivir con esperanza. No nos basta con un amor de palabras bonitas. Necesitamos un amor que se note en lo que hacemos, que mueva a los demás, que construya relaciones nuevas y más humanas. Porque el amor, cuando es auténtico, transforma.
Así lo entendía San Vicente de Paúl. Cuando hablaba de la caridad, no se refería a una ayuda ocasional ni a un simple gesto de buena voluntad. Hablaba de un modo de vivir. De vivir con compasión, con ternura, con una mirada que sepa reconocer en cada pobre el rostro mismo de Cristo. Nos invitaba a darle la vuelta a la medalla: mirar a los pobres con un corazón lleno de amor y dejarnos conmover por sus heridas. Nos pedía que imitáramos a Jesús, no solo en sus palabras, sino en sus sentimientos, en su forma de mirar, de tratar a los demás, de entregarse sin reservas.
Y nos pedía actuar con prontitud, con diligencia, “como quien corre a apagar un fuego”. Con un corazón disponible y unas manos dispuestas a servir. Sin retrasos, sin excusas, sin miedos. Con alegría, con sencillez y con buen hacer.
¿Y por qué esto? Porque estamos llamados, en palabras del mismo San Vicente, a vivir «en unidad de corazón y de espíritu, a imagen de la Santísima Trinidad».
La Trinidad no es solo un misterio que creemos. Es también una forma de vivir. Dios es amor que da vida, que cuida, que permanece siempre. Dios es como un padre lleno de ternura, que acompaña con compasión a sus hijos. Dios es amor que se entrega: que se arrodilla para lavar los pies, que sube al Calvario con los brazos abiertos, que ama sin límites. Y Dios es también aliento: fuerza que sostiene, luz que guía, consuelo que anima a seguir adelante.
Por eso, toda persona que ama con sinceridad, que se entrega con alegría, que anima y se deja animar, se convierte en reflejo de ese Dios que es Amor. La Trinidad es comunión de amor. Y cuando vivimos desde esa misma lógica del amor —cuando creamos lazos, cuando servimos con alegría, cuando perdonamos, cuando buscamos el bien común— estamos haciendo presente el rostro de Dios en medio del mundo.
Santa Luisa de Marillac lo recordaba también en una carta a Sor Juana y a la Comunidad en Nantes: «Recomiendo se acuerden siempre de las enseñanzas del señor Vicente, sobre todo, la tolerancia y la cordialidad para honrar la unidad de la divinidad en la diversidad de personas de la Santísima Trinidad». Una comunidad -de Hermanas, eclesial, universal- que se quiere, que se respeta, que busca la unidad en medio de las diferencias, está reflejando algo del misterio más profundo de Dios.
Por eso, la Trinidad no es solo una verdad de fe. Es también un espejo donde mirarnos. Un modelo para nuestra vida comunitaria, para nuestra misión, para nuestras relaciones. Como Hijas de la Caridad, como Iglesia, como personas llamadas a vivir con otros, estamos invitadas a construir comunión, a sembrar unidad, a vivir desde ese amor que une sin confundir, que diferencia sin separar.
Vivir desde la Trinidad es aprender a amar como Dios ama: con ternura, con entrega, con fidelidad. Es abrir el corazón a los demás. Es dejarse tocar por el dolor del otro. Es dejar que el Espíritu renueve nuestras vidas, nuestras obras, nuestras comunidades.
Así se hace presente Dios en medio de nosotros. Así se construye el Reino.
¡Feliz domingo de la Santísima Trinidad!
Sor Salud Sigüenza