En el año 1791, en la aldea de Diho, en Abisinia (actual Etiopía), nació Ghebra Miguel, cuyo nombre significa el esclavo de San Miguel. Desde muy joven, se dedicó a complejos estudios etíopes, lo que le proporcionó una gran capacidad intelectual y una aguda percepción para la reflexión y el debate. Cuando era joven, mientras trabajaba en el campo, se le perforó un ojo en un accidente, lo que anticipó su entrada en la vida monástica. A los 19 años, fue al monasterio de Mortule-Mariam, deseoso de dedicarse totalmente a la vida espiritual.
Movido por el afán de renovar la vida religiosa, emprendió una búsqueda que le llevó a un encuentro con la ciencia, por la que sentía un gran aprecio, especialmente la astronomía, sobre la cual llegó a escribir una obra. Su intensa búsqueda de la verdad y de Aquel que es la Verdad se intensificó con el tiempo, recibiendo más y más luces a medida que se acercaba al misterio de Jesucristo y encontraba a su persona. En efecto, sólo “el encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se expresa en una reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de la fe, a la verdad” (Documento de Aparecida, n. 280).
Con un espíritu ardiente y sediento de perfección, ante las dificultades que surgían en su Iglesia monofisita, decidió buscar la verdad que tanto deseaba. Allí ya no la encontraba, porque su atenta meditación de los Evangelios y de los grandes libros de la Tradición Cristiana empezó a apuntarle a otra perspectiva cristológica: la de las dos naturalezas (divina y humana) perfectamente armonizadas en Jesucristo, tal como lo predicaba la Iglesia Católica de Roma.
En 1840, Ghebra conoció al que sería su maestro y le llevaría al encuentro de la verdad, Justino de Jacobis, que viajaba a El Cairo (Egipto), protegiendo la caravana que iba a pedir al Patriarca un nuevo obispo para la Iglesia copta de Abisinia. A través de esta amistad, se acercó cada vez más a los católicos. Tras cuatro meses de innumerables coloquios, Ghebra se convirtió al catolicismo romano. Unido por la fe y con el corazón desbordante de celo misionero, se dedicó, con el obispo Justino, a la instrucción teológica de todos los que buscaban iluminación, consuelo y amparo en la Iglesia. Entre el cuidado de las comunidades cristianas y el servicio diario a los sufrientes y perseguidos, Justino y su más fervoroso discípulo aún encontraban tiempo para la formación y el acompañamiento de los sacerdotes monofisitas convertidos, preparándolos especialmente para la recepción válida del sacramento del Orden.
Junto a San Justino, Ghebra Miguel, ordenado sacerdote el 1 de enero de 1851, también internalizó el espíritu vicentino e incluso pidió entrar en la Congregación de la Misión. Sin embargo, no le fue posible iniciar el Seminario Interno debido a las persecuciones y a su propia detención y condena. Efectivamente, una vez detenido, fue severamente torturado. En las torturas, su cuerpo quedó totalmente lacerado por las puñaladas y los golpes de todo tipo. Tras ser condenado a ser decapitado y, en un segundo juicio, a ser fusilado, fue trasladado, encadenado, hacia el sur del país. A mitad de camino, el 13 de julio de 1855, una epidemia de cólera diezmó la comitiva, matando a un buen número de soldados y al sacerdote prisionero.
Inquieto buscador de la verdad y fiel discípulo de Jesucristo, Ghebra Miguel es considerado “el fruto más precioso del apostolado misionero de San Justino de Jacobis”. Abrazando el martirio en su propia tierra abisinia, nuestro Beato parecía estar muy compenetrado de esta convicción que San Vicente de Paúl compartió con los primeros Misioneros:
“¿Puede haber algo más razonable que dar nuestra vida por Aquél que entregó tan libremente la suya por todos nosotros? Si nuestro Señor nos ama hasta el punto de morir por nosotros ¿por qué no vamos a desear tener esa misma disposición por él, para morir efectivamente si se presenta la ocasión?” (ES XI, 259).
Fue beatificado el 3 de octubre de 1926. Su memoria litúrgica se celebra el 30 de agosto.