Jeanne Marie Rendu nació el 9 de septiembre de 1786, en Confort (Francia). El 25 de mayo de 1802, respondiendo a la llamada de Dios, llega a la Casa Madre de las Hijas de la Caridad para comenzar su formación. Al terminar el Seminario, recibió el nombre de Sor Rosalía. Pasó más de 50 años en el barrio Mouffetard, quizás el más miserable de París, permaneciendo allí hasta el final de su vida. Feliz en la fidelidad a su vocación, le gustaba repetir: Una Hija de la Caridad es como un pilar en el que todos los cansados tienen derecho a depositar sus cargas”. En 1815, a la edad de 29 años, fue nombrada Hermana Sirviente de su Comunidad, ocupándose de la buena marcha de una escuela, sin jamás olvidar la prioridad de las visitas a los pobres en sus domicilios, servicio que desempeñó durante 41 años, con incansable celo y generosa dedicación, sobre todo en períodos de mayor penuria y de epidemias. Más tarde, aceptará dirigir un orfanato, organizará un centro de distribución de alimentos, medicamentos, ropas y leña, así como llegará a fundar un asilo para ancianos. La presencia tierna y solícita de Sor Rosalía, su palabra
respetuosa y compasiva, su ayuda humilde y eficaz suscitaban confianza, irradiaban paz, infundían esperanza y estimulaban iniciativas, mediante una relación de cercanía y amistad con aquellos a quienes se dirigía. De hecho, “solo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres, sus legítimos deseos y su propia manera de vivir la fe. La opción por los pobres debe llevarnos a la amistad con los pobres (Documento de Aparecida, n. 398).
Convencida del valor inestimable del contacto directo con los pobres, todos los días Sor Rosalía recorría las calles y callejones del barrio con su rosario en la mano, la pesada cesta en el brazo, caminando a toda prisa. La Apóstala del barrio Mouffetard conocía cada calle, cada familia, cada persona. Su trabajo entre los que más sufrían nacía de una auténtica experiencia e fe, de un entrañable amor a su vocación, de sus convicciones más profundas, por lo que su acción se mostraba capaz de señalar caminos nuevos y eficaces para superar las situaciones más desesperadas. Tenía muy presente que no era suficiente salir al paso de las necesidades más urgentes, sin dar atención a las causas estructurales de la miseria y del abandono en los cuales se hallaban tantas personas y familias de su entorno: Hay muchas maneras de hacer caridad. La poca ayuda en forma de alimentos o dinero que damos a los pobres no puede durar mucho tiempo. Debemos aspirar a un bien más completo y duradero: estudiar sus capacidades, conocer su nivel de formación y encontrarles trabajo, para ayudarles a salir de su difícil situación”. A los largo de sus más de 40 años al frente de la Comunidad, Sor Rosalía recibió a muchas Hermanas jóvenes en formación. Les instruía más con la autenticidad de su vida, con sus ejemplos cotidianos, que con sus palabras. Con su proverbial amabilidad, les aseguraba el ambiente necesario a la maduración humana, espiritual
y apostólica, invitándoles a un creciente amor al Señor y a una dedicación laboriosa y alegre a los más necesitados. Cierta ocasión, les recomendó: “Dad la bienvenida a todos, hablad a los pobres con ternura y con dignidad, no les hagáis esperar (…). Tratadlos como trataríais a vuestro padre, a vuestra madre, a vuestros hermanos y hermanas”. Acompañó personalmente a jóvenes estudiantes cristianos que buscaban una oportunidad para hacer una obra buena o que deseaban aprender a ejercer la caridad hacia los más desfavorecidos. Les enseñó a visitar a los pobres en
sus casas, inspirándoles paciencia, comprensión, respeto y cortesía: Amad a los pobres, no los culpéis. Recordad que los pobres suelen ser mucho más sensibles a una buena acogida que a una ayuda material. Así, Sor Rosalía despertó y formó a la caridad a jóvenes como Antonio Federico Ozanam, principal fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, y a sus compañeros. Con esta virtuosa y audaz Hermana, esos jóvenes aprendieron lo que significa vivir la fe en el dinamismo de una caridad operosa, enmarcada por la compasión y la mansedumbre, pero también expresada en la valentía requerida por la promoción de la dignidad humana y la lucha por la justicia, el derecho y la paz, tal como lo enseñara San Vicente. Le tocó
también a Sor Rosalía restablecer una Cofradía de la Caridad, integrando sus miembros en su gran red de formación de los niños, de atención a los enfermos y de promoción de los marginados.
Durante los ataques de la Revolución de 1848, Sor Rosalía sufrió con su pueblo, en una actitud de solidaridad afectiva y efectiva hacia los que más corrían riesgos. Intentó calmar a todos, invitándolos a la serenidad de ánimo y a la esperanza de días mejores, así como no dudó en enfrentarse a las barricadas para ayudar a los combatientes heridos de cualquier grupo. Sensata y persistente, se convirtió en un verdadero heraldo de reconciliación y de unidad entre grupos enemistados, defendiendo por encima de todo la dignidad de los más débiles y olvidados. Intervino
personalmente junto a autoridades políticas y militares por el fin de los conflictos y persecuciones. Hasta el final de sus días, aunque progresivamente ciega, siguió acogiendo a todos
los que el Señor ponía en su camino. El 7 de febrero de 1856, tras una corta enfermedad, entró en la feliz eternidad de Dios. La muy esperada beatificación de Rosalía Rendu tuvo lugar el 9 de noviembre de 2003.